Año 1756
Era de noche y la lluvia caía sobre Dante. Se encontraba en el cementerio mirando
fijamente la tumba de su difunta esposa. El aire era frío pero él, aunque iba
abrigado, no lo sentía. Sus pensamientos
eran oscuros y tristes. No reparaba en el clima ni en la lluvia. Para un
asesino a sueldo como lo era él, los cambios climatológicos no eran de
importancia, acostumbrado a vagar por el país, durmiendo a ras de suelo bajo
lluvias, nevadas del norte de Aragón, calor sofocante de los desiertos de
Almería…
Dante pudo oír como el sonido de la lluvia era interrumpido por unos pasos. Enseguida
supo que la persona que se le estaba acercando desde atrás tenía precaución de
no llamar la atención.
Dante sin girar la mirada hacia atrás pregunto:
-
¿Quién es?
-
Pensaba que necesitabas compañía.
La voz delató la identidad de aquel hombre. Era Arquímedes,
el hombre que le había contratado un año atrás para destruir a la cúpula de la
Inquisición Española.
- ¿ A qué has venido? – dice despreocupadamente
Dante.
-
El trabajo aun no ha terminado. – dice Arquímedes.
-
Todos, han muerto. Todo mi grupo a perecido en combate con tal
de cumplir con su misión. El gran Inquisidor ha muerto y ahora tú y tu secta
ocultista ya podéis haceros con el poder de la iglesia. Con sus terrenos, con
sus esclavos, con su oro…
-
Era una misión peligrosa, por eso confiamos en
vosotros. Eres el mejor, y lo has hecho bien.
-
Entonces déjame descansar en paz. Ya he visto demasiada muerte.
-
Aun queda algo por hacer. La destrucción de los
grandes Inquisidores solo era el comienzo de algo mucho más grande que está a
punto de llegar.
-
¿De qué me estás hablando?
-
Todo. Tú y tu grupo, las conspiraciones, el
asesinato del duque de Luarca… Todo forma parte del gran plan.
-
¿Qué plan?
-
La expulsión del rey. La creación de un gobierno más honesto y
plural. Instaurar una religión cristiana
protestante.
-
Me estás hablando de… - dice Dante con mucha cautela.
- Si… Te estoy hablando del inicio de una revolución.
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