domingo, 25 de agosto de 2013

Aquí no hay sitio para supersticiosos, solo para valientes desdichados... Trece

" Aléjate, despacio, y olvídate de lo que has leído,
no me valores como a un delincuente
y déjame que repose en mi cama enjaulada
junto a tu cadáver, permítanme marcharme
y les juro que regresaré..."

J. J. Skämez 


Primera reseña un tanto especial de un poemario, con un poeta muy especial, un poeta de la casa, que tan cerca he tenido y tanto agradezco por ello. En Trece el protagonista se mezcla en un laberinto de espejos rotos, tatuado en su pecho el billete de entrada. Skämez se adentra en este laberinto y decide perderse entre numerosas paredes que siempre reflejan lo mismo, oscuridad y una amarga pesadumbre.
En sus primeros pasos se encuentra con un lago embozado, tras ver su primera dificultad construye una balsa y fabrica un ancla a base de odio.
Al llegar al puerto se encuentra con el único espejo entero visto hasta el momento, en él se ve reflejado, y logra vislumbrar su pasado, allí aprende la anatomía del recuerdo.
Antes de irse rompe el espejo, pensando que nada puede ir peor y que por un poco más de cristales rotos no caería en él más maldición de la recibida.
Reanudando su camino se encuentra con una sala desierta en él yace un solitario ordenador en el centro, decide investigar y se encuentra con una mujer al otro lado, sin darse cuenta había luz en la habitación, después de tanta negrura, el brillo del ordenador hacía resplandecer la sala que tanto ansío una gota de luz.
Triste, abandona la sala, más seguro en sus pisadas, el laberinto le conduce a una ancha plaza llena de bares y cuatro gatos. Decide no tocar a los gatos negros no fuera a ser que dieran más mala suerte, pues en el pasado tanto lastimaron al protagonista por el simple hecho de tocarlos. Skämez se para en un restaurante chino, donde localiza la ferocidad de un dragón, tatuado en el rencor del camarero, se aleja de allí acariciando un par de blancos gatos y sin pagar propina alguna.
Estrechándose el laberinto, se encuentra con una chica con una caperuza roja, llorando a sollozo limpio. Él se acerca y al preguntarle que le pasa, una mujer de sesenta años de cara demacrada, sopesada por la edad y marcada por el pasado se gira y se encuentra con el protagonista. Ella le explica lo que hizo a oscuras con el lobo, lo que jamás salió a la luz porque no pudo salir, porque nunca hubo luz. Distorsionado por la infinidad de sandeces escuchadas, él pone rumbo sin prestar ayuda a una vieja que no dejó de hablar.

Continuando su paso, el caminante se encuentra con siete enanitos, le cuentan que su princesa le lleva esperando mucho tiempo, esperando que él la bese. Deseando el beso de una bella dama, se encuentra con una mujer ahogada en el alcohol, una mujer que no supo esperar, que por el ansia a un hombre dormía maloliente empapada de whisky que aún en coma etílico pedía explicación. Sin dar crédito y furioso por la desilusión Skämez marcha farfullando palabras soeces con un alto tono de voz.
Una vez calmado por el monótono sonido de sus pisadas, Skämez oye algo mas que sus pies en el suelo, escucha un murmullo lejano y pronto se encuentra con un hombre de pelo negro como sus ojos azabache, observándole atento pensando. Y empezó a hablar como una maquina, no cesaba su empeño en dañar el corazón del caminante. Maquinando cada movimiento de su lengua, el hombre picaba sin parar, pero el protagonista al ver al hombre no se deja llevar por la rabia o por su puño cerrado, solo palpa la lástima y pena que da esa pobre serpiente. Al ignorar al hombre, este se siente impotente y decide atacar por la espalda al que ya retomaba su rumbo. Skämez, atento, lo ve venir y esquiva al vagabundo, que cae al suelo. Skämez escupe a su cara con asco y acto seguido con la frente alta e imponente sigue la travesía.

Siguiendo el camino se tropieza con un árbol, en el ve una lechuza, una lechuza que solo hacía que chocar con el ramaje. Al ver la siguiente imagen, su mente lo transporta al pasado donde ve a una figura femenina y él besándose sabiendo que el beso no sería el mejor de su vida, ni el último.
Dejando el árbol a un lado y pensando en besos, piensa en el mejor de su vida, reviviendo con un anclaje psicológico uno de los muchos besos bobos con otra mujer, olvidando a la otra que no pudo ser.

Un pozo se cruza en su ruta, esperando agua potable, recoge el barreño. Al beber, se frena en seco cuando logra ver un atisbo de presente en otro lugar no tan lejano e igual de oscuro que este. Ve mujeres golpeadas por hombres, ve desigualdad y desconsideración al buen trabajo incluso lamentos de mujeres y hombres ya mayores. Impotente por no poder hacer nada, se promete que de aquella agua jamás beberá.
Unos pasos adelante se encuentra con el edén, con el jardín prohibido, sin pararse, entra. Allí se encuentra miles de manzanos cohibidos de un mordisco alentador, al fondo del jardín, se encuentra con una manzana de color dorado, curioso la arranca de la rama que la sujetaba, pudriendo el árbol tras de sí. En unos segundos se la come, gustando con el paladar cada mordisco. Al acabarla, se dirige de nuevo a la entrada donde se encuentra a Adán y Eva. Al verlo dentro del recinto se espantaron terriblemente, lo miraron y lo maldijeron mil veces. Huyendo escuchó la voz al unísono que decía: Jamás olvidarás, siempre recordarás.

Al rato se encuentra con un parque lleno de estatuas, cuando quiso fijarse, entendió que era él en todas. En algunas más joven o menos, pero todas muestran diferentes épocas de su vida, las estatuas lloraban. Recordó de nuevo y pensó que hubiera pasado si hubiera gestionado mejor el tiempo, si hubiese sido más paciente cuando debía o más apresurado. Entre miles de estatuas, triste vio una, solo una en la que sonreía.
Tras reflexionar decidió olvidar su mirada sentándose en un banco del parque. Entonces dirigió su mente al odio de nuevo, pensando en cada momento que había causado sus malas épocas, una mezcla de sentimientos se baten en su cabeza en ese momento.
Finalmente la vista le alcanza a la salida del laberinto, decide cogerla y se marcha pensando en todo lo recorrido, mirando hacia atrás y meditando sobre cada reto superado y como buen masoquista promete volver.

Juanjo Skämez crea un extraordinario libro y no solo eso, también crea una magnífica armonía gracias a Rubén Bravo y a la participación de Manel Zamora.
La oscuridad reina, pero la luz acecha.

Aconsejo este libro a...

Cualquier apasionado de los poemas, seguidores de la oscuridad y del tiempo que estancado está, a los guerreros sin alma aventurados a una muerte segura, a los soñadores que sueñan con un mundo mejor, y a los infames que buscan algo peor...

Título: Trece
► Autor: Juanjo Skämez
 Año de publicación: 2013
► Género: Poesía negra
 Editorial: Nuevosescritores
 Páginas: 233 páginas



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